Por Sebastian Zavala
Publicado: 15 de enero del 2017
Se supone que Assassin’s Creed iba a ser LA primera gran película basada en un videojuego. Después de todo, tenía todos los ingredientes necesarios para el éxito: un joven director recién salido de un éxito rotundo (su magnífica adaptación de Macbeth del 2015), un excelente reparto (Michael Fassbender, Marion Cotillard, Jeremy Irons, Brendan Gleeson, entre otros) y una fuente de inspiración que, a pesar de ser imperfecta, tenía el potencial de generar historias intrigantes e inherentemente cinematográficas.
Como pueden imaginarse, entonces, lo primero que pensé al salir de ver Assassin’s Creed en el cine fue: “¿qué pasó?”. Assassin’s Creed no es ni mejor ni peor que la adaptación promedio de un videojuego; se trata de una película mediocre, muy bien actuada, de eso no hay duda, pero a la vez tonta, confusa, y hasta aburrida por momentos. La trama no logra generar ningún tipo de reacción emocional o intelectual fuerte en el espectador, y a pesar de introducir algunos momentos de belleza visual innegable, tampoco logra maravillar con sus cualidades técnicas.
Así que nuevamente: “¿qué pasó?”.
Creo que el principal error del director Justin Kurzel estuvo en tratar el material de la misma manera que trató a Shakespeare. Su versión de Macbeth es oscura, seria, trágica, y su adaptación de Assassin’s Creed… pues no es muy diferente. El problema es que un filme como este debería ser divertido; sí, debería transmitir una palpable sensación de peligro y tensión, y la historia debería tener buen peso, pero jamás debería demasiado oscura. El guión de Michael Leslie, Adam Cooper y Bill Collage (¡sí, tres guionistas!) es demasiado incoherente y tiene demasiados huecos como para que pueda tomarse muy en serio… pero eso es precisamente lo que hace Kurzel. Realmente no tiene sentido filmar y dirigir una historia sobre templarios, masones, memoria genética y parkour de la misma manera que una tragedia de Shakespeare.
La cinta comienza en la década de 1980, en donde vemos a un joven Callum Lynch presenciando la muerte de su madre (una malgastada Essie Davis) de la mano de su padre, un asesino. Ya en el año 2016, Cal (interpretado por Michael Fassbender) está a punto de recibir la pena de muerte luego de pasar un tiempo en prisión. Sin embargo, en vez de morir, es llevado a una base de investigación secreta en España manejada por dos Templarios, Alan Rikkin (Jeremy Irons) y su hija, Sophia (Marion Cotillard). ¿Sus planes? Hacer que Cal utilize una máquina llamada el Ánimus, para que “viva” los recuerdos de su antepasado, un asesino llamado Aguilar, y pueda encontrar un MacGuffin llamado la Manzana del Edén.
Siendo un gamer pero no un fanático de la franquicia, he jugado varios títulos de Assassin’s Creed en diversas consolas, pero no me sé la mitología ni las historias de memoria. Lo que sí sé, es que el filme no es una adaptación directa de ninguno de los juegos —toma la misma premisa, pero presenta nuevos protagonistas en un contexto no antes visto. Es una manera inteligente de adaptar un videojuego, que sin embargo presenta algunos problemas nuevos y bastante graves.
Primero que nada, a la mayoría de los jugadores les importa poco las escenas en el presente. Lo que todo el mundo recuerda de Assassin’s Creed son las escenas en el pasado, en las que controlamos a algún Asesino experto en el sigilo, la muerte y el espionaje. ¿Las escenas en el laboratorio con el Ánimus? Son puro relleno, como para darle algo de contexto a la trama, pero con pocos elementos interesante de gameplay.
Resulta curioso, entonces, que Kurzel y compañía hayan decidido estructurar la adaptación cinematográfica favoreciendo la línea narrativa en el presente. De hecho, la mayoría de la trama se lleva a cabo en el año 2016 —un 70% de la película se desarrolla en aquella época, mientras que solo un 30% sucede durante la Inquisición Española. Esto resulta en un producto final, francamente, poco dinámico e interesante, una historia de ciencia ficción con flashbacks en el pasado que, lamentablemente, carecen de un sólido contexto o de alguna razón fuerte por la que deberían importarnos Aguilar y su compañera, María (Ariane Labed).
Hubiese sido menos fiel a los juegos, pero más interesante a nivel cinematográfico, el que la película se desarrollase enteramente en el siglo quince. Sí, algunos se hubiesen quejado de que todo el concepto del Ánimus fuese eliminado, pero considerando lo sosa que es la película (particularmente en las escenas que abusan de los mismos interiores fríos y poco interesantes a nivel visual), no creo que hubiese sido una mala decisión. O al menos, invertir los porcentajes, y hacer que la mayoría del filme se lleva a cabo en el pasado —esto hubiera resultado en un Aguilar y una María mejor desarrollados, con los que uno se pudiese identificar, y por consecuencia en secuencias de acción mucho más tensas y emocionantes.
Porque si Assassin’s Creed tiene otro grave problema, está en las secuencias de acción. En pocas palabras, están terriblemente filmadas. Se supone que el mayor atractivo de las escenas en España del siglo 15 iban a ser las persecuciones con parkour; y sí, se nota que muchas de estas acrobacias fueron hechas de verdad, con pocos efectos digitales, lo cual hoy en día es de admirar. El problema, desafortunadamente, es que Kurzel no tiene la más mínima idea de cómo filmarlas.
Alterna tomas aéreas de drone con planos súper cerrados y cámaras en mano, lo cual no le permite a uno ubicarse en la geografía del combate ni entender quién está peleando con quién. Combinen esto con una dirección de fotografía oscura y sucia, una edición hiperactiva y picada, y una obsesión de parte de Kurzel por enseñar a Lynch peleando también mientras usa el Ánimus, y es casi imposible entender estas escenas. La persecución que se lleva a cabo después de que tratan de quemar a Aguilar y María en la hoguera es particularmente problemática —en un determinado momento, mi novia me preguntó “¿entiendes algo de lo que está pasando?” y yo no tuve más remiendo que responderle, “no”.
Macbeth era una maravilla visual; lúgubre y llena de humo y tierra, sucia y realista. Kurzel ha tratado de utilizar la misma estética en Assassin’s Creed, pero se le fue un poco la mano. Absolutamente TODAS las escenas en el siglo quince están llenas de humo y tierra y filmadas a contraluz, lo cual hace que las escenas de acción sean casi imposibles de entender, y que uno casi no pueda ubicar a los personajes en sus respectivos espacios o acciones. Kurzel debería entender que a veces es bueno poder ver los rostros de los personajes que están hablando o peleando.
Además, ¿era realmente necesario insertar a un águila volando en casi todo plano aéreo durante la película? Entiendo el simbolismo —y la referencia a los juegos— pero para la decimoquinta aparición de la bendita ave en el cielo, tuve que aguantarme la risa.
Fassbender es suficientemente intenso como Callum Lynch y como Aguilar. Realizó la mayoría de de sus saltos y peleas y persecuciones él mismo, lo cual lamentablemente casi ni se nota debido a la pésima dirección y edición de la acción. Marion Cotillard hace lo que puede con un personaje poco desarrollado —uno le cree que porque Cotillard es una excepcional actriz, no porque Sophia sea un personaje particularmente interesante. Jeremy Irons parece estar actuando dormido —tenía más convicción en Batman vs Superman —, Brendan Gleeson y Charlotte Rampling (!) no tienen más que cameos glorificados, y Ariane Labed logra causar una fuerte impresión a pesar de tener poco diálogo y menos desarrollo de personaje.
Assassin’s Creed es una mediocre adaptación de una popular serie de videojuegos, y una película que, al igual que filmes como Batman v Superman o El escuadrón suicida, decidió ser seria y oscura y deprimente en vez de divertida. En mi opinión, se trata de una decisión errada. El guión, el cual hace lo que quiere con la historia española e introduce imágenes y conceptos bastante absurdos (Fassbender se ve ridículo en este Ánimus, una suerte de brazo metálico gigante; a pesar de sus similitudes con Matrix, prefiero la silla del juego), no merecía ser tomando tan en serio, y la acción debió ser filmada como mayor convicción y ritmo. ¡No puede ser que Casino Royale, una película de hace casi once años, tenga mejores secuencias de parkour!
No pensé que llegaría a admitirlo, pero prefiero la película de Prince of Persia con Jake Gyllenhaal. Al menos dicha cinta supo ser divertida y cursi, una suerte de reversión a las películas de aventuras clásicas de los años 50 y 60. Assassin’s Creed, por otra parte, es lúgubre y termina con un final abierto y anticlimático —considerando lo mal que le está yendo en la taquilla mundial, dudo que vayamos a obtener una secuela. Supongo que ahora solo me queda depositar mis esperanzas en la película de Tomb Raider con la gran Alicia Vikander…