Por Sebastian Zavala
Publicado: 02 de octubre del 2021
Uno de los mayores logros de Netflix, LA primera gran cadena de streaming mundial, está en sacar series que logran convertirse en parte del zeitgeist, de la conversación del momento. Shows como “La casa de papel” o “Stranger Things”, por solo dar dos ejemplos, han logrado integrarse en la cultura popular contemporánea, ganándose miles de adeptos, quienes regresan temporada tras temporada, emocionados por descubrir como irá desarrollándose su historia favorita. Y lo mejor de esto es que no todas estas series son producciones norteamericanas o Hollywoodenses; muchas de ellas provienen de países que, sin la ayuda de Netflix, no serían difundidos de manera tan masiva.
Como se deben estar imaginando, ese es el caso de “El juego de calamar”, la más reciente serie de Netflix en causar sensación alrededor del mundo. Si no, consideren todos los memes que han difundido últimamente, y los disfraces que seguramente terminaremos por ver en todas partes ahora en Halloween. Hay algo en “El juego de calamar” que ha logrado cautivar al público; puede ser el hecho de que la mayoría de sus protagonistas vienen de la clase media y sufren de muchos de los problemas que algunos de nosotros tenemos —solo que de manera bastante más extrema, claro está—, o pueden ser los temas que desarrolla, relacionados a la naturaleza humana, la bondad, la crueldad y la desesperación. Puede que “El juego de calamar” haya sido producida en Corea, pero sus temas son de carácter universal.
Pero me estoy adelantando un poco. “El juego de calamar” tiene como protagonista a Seong Gi-hun (Jun-jae Lee), un hombre cuarentón que, siendo honestos, podría ser muy fácilmente clasificado como un perdedor. Vive todavía con su madre, quien tiene que cuidarlo como si fuera un niño, y le debe mucho dinero a gente peligrosa. Además, la hija que tuvo con su ex-esposa vive sin él, y aparentemente está a punto de mudarse a los Estados Unidos con su nueva familia. Es por todo eso que, cuando un extraño le habla en una estación de tren, le entrega una tarjeta con tres símbolos (no, no son los botones de un mando de PlayStation), y le ofrece participar en unos juegos para ganar mucho dinero, le cuesta mucho decir que no.
Y no es el único. Los “Juegos de calamar” del título involucran a cientos de personas (inicialmente), que tienen que participar en varios juegos infantiles, súper comunes en los patios de recreo en Corea. La diferencia es que tienen que hacerlo mientras están atrapados en una misteriosa isla… y lo peor de todo es que los perdedores de cada juego son asesinados. Sí, lo que han hecho los organizadores de este evento es atraer a gente desesperada, sin dinero y sin recursos, prometiéndoles un mejor futuro, para hacerlos jugar por un premio increíble. El problema es que solo algunos llegarán a ver ese dinero, y el resto morirán, sin poder volver a ver sus respectivas familias o amigos.
Si suena como una premisa preocupantemente relevante, es porque la trama de “El juego de calamar” dice mucho sobre las maneras en que los más ricos y poderosos siempre se han aprovechado de los menos afortunados. Sí, en teoría los están “ayudando”, pero en realidad se trata de una excusa para realizar todo tipo de sádicos actos, saciando la sed de sangre y violencia de unos cuantos “VIPs” de mucho dinero y privilegio. Sin embargo, una vez que esta primera temporada de “El juego de calamar” llega a su final —no se preocupen; no incluiré spoilers—, y la mayor parte de secretos y giros narrativos son revelados, puede que algunos espectadores queden con algo de esperanza. Vale la pena decir que queda material —de sobra—para una segunda temporada, la cual tiene el potencial de ser incluso más brutal y sangrienta que esta.
Porque no se equivoquen: “El juego de calamar” es un show para adultos. Las muertes vienen con frecuencia y de manera explícita, dejando en claro que nadie está a salvo, y que cualquiera de los personajes principales podría morir en cualquier momento. El primer juego —una adaptación sádica del juego para niños “Luz verde, luz roja”—, por ejemplo, involucra a unos francotiradores que asesinan rápidamente a los perdedores; o también está una versión extrema de “Jalar la soga”, en donde el equipo perdedor cae a un oscuro abismo para nunca más volverse a parar. Este contraste entre la inocencia de los juegos de la infancia, vs. la brutalidad de las muertes de los perdedores, es lo que convierte a “El juego de calamar” en una experiencia chocante, que lo deja a uno siempre con ganas de ver más. Al menos durante sus primeros seis o siete episodios —de nueve—, se siente como algo imprevisible y adictivo.
Ayuda que toda esta violencia esté entrelazada con un buen trabajo de desarrollo de personajes. Jung-jae Lee interpreta a Seong Gi-hun como un hombre de buen corazón pero muy inmaduro, inicialmente incapaz de reconocer sus propios errores. Resulta satisfactorio ver cómo va cambiando a lo largo de la serie, dejando en claro que no es igual de cruel que varios de sus compañeros en la isla. Por su parte, Jung Ho-yeon interpreta a la joven Kang Sae-byeok como alguien que escapó de Corea del Norte buscando una mejor vida, encontrándose con una realidad que la terminó por destruir emocionalmente. Y sin llegar a arruinar sorpresas, hay ciertos personajes que —lamentablemente— terminando siendo demasiado bondadosos para este mundo, y otros que eventualmente reciben lo que tanto se merecían.
Ahora bien, vale la pena mencionar una pequeña controversia que ha habido, no en relación a la serie en sí, si no más bien a la traducción que Netflix ha empleado para países occidentales. Aparentemente, los subtítulos en “El juego de calamar” son terribles, cambiando mucha de la intención —y calidad— del diálogo—, así como el significado de muchas frases, motivando a varios fanáticos de habla coreana a corregir estos errores en redes sociales. Se trata de una clara muestra del mal que puede hacer una traducción inexacta en una serie, y de lo importante que es invertir en traductores y subtituladores profesionales, para que se mantenga la integridad artística de una producción. Claramente, Netflix no esperaba que le fuese así de bien a “El juego de calamar” fuera de Corea.
No obstante, sin considerar dicho problema de traducción, no hay mucho que reprocharle a “El juego de calamar”. Lo que tenemos acá es un show violento, dramático, y por momentos emotivo (solo diré que muchos terminarán llorando con el episodio de las canicas), que logra decir mucho sobre la naturaleza humana, la amistad, la crueldad, y la manera en que las sociedades modernas han abusado de los ciudadanos de menos recursos. No se trata de un producto para todo el mundo —quienes no quieran ver algo deprimente, sangriento o chocante, deberían evitar ver esta serie—, pero quien estén dispuestos a darle una oportunidad, se encontrarán con una de las sorpresas más gratas de Netflix este año. Ahora solo nos queda esperar a que salga la segunda temporada de “El juego de calamar” —las posibilidades son prácticamente infinitas.