Por Sebastian Zavala
Publicado: 01 de julio del 2017
Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo es una de las mejores adaptaciones de un videojuego a la pantalla grande hasta el momento. Sé que eso no es decir mucho —después de todo, la valla está bajísima—, pero a la vez, no puedo dejar de admitir que se trata de una cinta de aventuras bastante decente, fuera de cualquier controversia que pudo haber existido en relación a la elección de sus protagonistas. Visualmente espectacular y entretenida, Príncipe de Persia respecta mucho la mitología establecida por sus contrapartes digitales, introduciendo una historia, personajes y un mundo nuevo, de manera divertida y clara, a un público que quizás jamás haya probado los juegos.
Es imposible escribir sobre Príncipe de Persia sin tocar el tema del cásting. Mucho se ha dicho a lo largo de los años —especialmente en la última década— sobre el concepto de whitewashing: contratar estrellas caucásicas, supuestamente más famosas y rentables, para interpretar roles que requieren actores de otras razas. Es una tontería absoluta, la prueba máxima de que Hollywood todavía tiene mucho que aprender: con tal de que la película sea buena, y los actores sean los apropiados para sus personajes, el público va a pagar su entrada por verla. La gente no es idiota; todos sabemos que Jake Gyllenhaal no es persa.
Habiendo dicho eso, tratándose de una fantasía, no puedo decir que me haya fastidiado demasiado la elección de Gyllenhaal para el papel protagónico. Sí, lo ideal —y lo justo— hubiese sido tener a un actor persa o de los alrededores como el protagonista del filme, pero Gyllenhaal hace todo lo que puede pasar hacer suyo al rol, usando todo su carisma y agilidad para convertir a Dastan en un héroe de acción hecho y derecho. Lo mismo con Gemma Arterton. Ahora, si fuese un filme histórico o basado en hechos reales, el problema sería mucho más grave; en este caso, se trata de algo tonto (que ya no debería suceder), pero que no termina por arruinar la experiencia de ver la cinta.
La historia se desarrolla, como deben estar asumiendo, en la Persia antigua, donde el Rey es Sharaman (Ronald Pickup), y sus cuatro consejeros son su hermano Nizam (Ben Kingsley), su hijo mayor y heredero, Tus (Richard Coyle), su otro hijo, Garsiv (Toby Kebbell), y su hijo adoptado, Dastan (Gyllenhaal). Después de que un ejercito liderado por Tus invade una ciudad sagrada y captura a la princesa Tamina (Arterton), el Rey decide hacerla la esposa de Dastan —pero es asesinado repentinamente. El principal sospechoso termina siendo Dastan, por lo que se escapa con la princesa para probar su inocencia, lo cual lo llevará a poseer una misteriosa daga que parece tener poderes relacionados a la manipulación del tiempo.
El tono de la película es el correcto para este tipo de historia, influenciado tanto por películas del calibre de Cazadores del Arca Perdida, como producciones bastante más ligeras, como La Momia, de Stephen Sommers. En pocas palabras, es un filme divertido que no se toma demasiado en serio a sí mismo, y que presenta secuencias de acción visualmente vistosas y entretenidas, pero carentes de demasiada tensión. Lo atractivo de Príncipe de Persia no está en averiguar si es que Dastan y Tamina sobrevivirán los peligros; está en ver cómo derrotaran al villano (probablemente ya sepan quién es, si es que han visto más de dos películas en su vida), y en qué secuencias de millonarios efectos especiales se verán involucrados.
No, no es particularmente emocionante, pero sí es muy entretenido. Se nota que la película fue hecha con dedicación, y que ni un solo dólar fue desperdiciado. Los efectos visuales son de primera; desde las extensiones virtuales de los escenarios, hasta los efectos de cuando Dastan manipula el flujo del tiempo gracias a su daga, todo escenario fantástico se ve realmente bien. Después de todo, el filme transcurre en una suerte de versión alterna de la Persia antigua, donde la magia es real, todo el mundo parece saber Parkour, y los héroes tienen la pinta de un Jake Gyllenhaal adicto al gimnasio.
El director Mike Newell (Harry Potter y el Cáliz de Fuego) claramente sabe cómo desarrollar una historia de aventuras light; mantiene el ritmo siempre constante, siempre moviéndose hacia adelante, y filma sus secuencias de acción con claridad, sin utilizar demasiados cortes o cámaras en mano. Mucho de lo que los gamers recuerdan de los juegos tiene que ver con los saltos, el parkour y las persecuciones, y en ese sentido, la película homenajea de manera perfecta a su fuente de inspiración.
La química entre Gyllenhaal —musculoso, bien parecido, carismático— y Arterton —bellísima, enérgica, divertida— es palpable; resulta muy divertido ver cómo estos dos pasan de odiarse a estar enamorados el uno del otro. Richard Coyle (más conocido por interpretar al hilarante Jeff en la espectacular serie de televisión británica Coupling) me sorprendió como Tus, y Ben Kingsley hace lo que mejor sabe hacer, especialmente cuando se revela la “chocante” verdad de sus intenciones. No obstante, quien se roba la película es Alfred Molina, quien interpreta a un empresario que organiza carreras de avestruces. Se trata de un personaje previsiblemente caricaturesco, pero que sin embargo resulta hilarante y memorable.
Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo no es más que un entretenido blockbuster, emocionante, visualmente atractivo, bien actuado, y muy respetuoso a los juegos. El desenlace, a pesar de ser muy emotivo, convierte al resto de la película en un ejercicio de futilidad (una pérdida de tiempo para los personajes, aunque no tanto para el público), por lo que no puedo terminar de recomendar la experiencia general; fuera de eso, definitivamente es de las mejores adaptaciones de juegos que se hayan hecho. Puede que no haya sido el éxito total que su productor Jerry Bruckheimer hubiese querido, pero debería ser suficiente para convencer tanto a los fanáticos de la franquicia, como a espectadores novatos.
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