Por Sebastian Zavala
Publicado: 29 de julio del 2017
OK, aquí es cuando las películas de Resident Evil se me comienzan a chocolatear un poco. Mientras que las primeras dos entregas contaban con propuestas muy particulares —el primer filme es un thriller con elementos de terror, y el segundo es una historia de acción al 100%—, y la tercera, dirigida por el australiano Russell Mulcahy, contaba con un estilo visual que la diferenciaba de sus predecesoras, Resident Evil: La Resurrección se siente demasiado genérica, demasiado similar a otros blockbusters —más exitosos— y demasiado carente de ideas.
De hecho, la película ya casi ha perdido cualquier elemento de horror que puede haber estado presente en sus predecesoras, favoreciendo la acción, las explosiones, los trajes ajustados, y la cámara lenta. Resident Evil: La Resurrección tiene más cosas en común con la trilogía de Matrix que con los filmes de zombies de George Romero (que en paz descanse); ¡hasta el afiche parece sacado de una escena de Matrix Recargado! Es una pena ver la evidencia de que Paul W.S. Anderson, hasta hace un tiempo un director algo hiperactivo pero sin embargo prometedor, no está haciendo más que copiarse de los éxitos de otros cineastas (el Capítulo Final de la saga, por ejemplo, es una barato “homenaje” a la franquicia de Mad Max… pero con zombies).
Previsiblemente, Anderson ya no tiene mucho qué contar con esta entrega, por lo que la trama es de lo más genérica y aburrida posible. ¿Recuerdan a los clones de Alice (Mila Jovivich) que aparecieron brevemente en la cinta anterior? Pues son destruidos en una explosión ni bien comienza la película; ¡qué gran manera de arruinar giros potencialmente interesantes en la trama! Para variar, la cosa es que Alice se quiere vengar del presidente de la Corporación Umbrella, Albert Wesker (Shawn Roberts) por haber convertido a la mayor parte de la humanidad en zombies, y a ella en una suerte de Trinity de Matrix con poderes mentales (en serio, ¿de dónde sacó su traje de cuero?) Es por ello que ataca la base de Umbrella, pero como deben imaginarse, mata a medio mundo… menos a Wesker.
El resto de la película es un ejercicio de aburrimiento y acción repetitiva, en el que asumo debemos tratar de seguir a Alice en su búsqueda de la venganza. El problema es que la trama es tan pero TAN básica, que Anderson busca mil maneras de distraer a su público, y de paso, a sus personajes; de otra forma, el filme duraría poco más de veinte minutos. Esto resulta en secuencias de acción interminables, en donde usa la cámara lenta de manera absurda, injustificada, como cuando Alice y Claire Redfield (Ali Larter) se enfrentan a un monstruo con un hacha gigante. Uno creería que dicha criatura significaría tremendo reto para ellas, ¿no? Pues lo matan de dos balazos en la cara. Si Anderson hubiese grabado dicha escena en tiempo real, hubiese durado veinte segundos.
Se supone que Resident Evil: La Resurrección fue grabada con el mismo sistema de cámaras 3D que James Cameron usó en Avatar, pero si se lo preguntas a cualquier hijo de vecino, ni se da cuenta. Esto se debe a que la dirección de fotografía es oscura y francamente horrible, y a que, a diferencia de Cameron, Anderson no tiene la más mínima idea de cómo usar el efecto 3D. El cineasta británico se ha quedado en los 80s, cuando el 3D era usado para arrojar cosas a la cámara —¡hasta lentes de sol!… por alguna razón— y no para crear una palpable sensación de profundidad, para crear atmósfera. Pero una película como esta, que parece haber sido grabada toda en un mismo estudio, tiene cualquier cosa menos atmósfera.
Mila Jovovich hace lo que puede con un personaje que a estas alturas del partido podría comenzar a botar rayos láser por los ojos sin que nadie se sorprenda; su Alice es una súper mujer invencible, lo cual le remueve la tensión a cualquier escena de acción en la que se pueda ver involucrada. Alia Larter le otorga a Claire la personalidad de una silla de escritorio, Shawn Roberts es suficientemente arrogante como Wesker, y Wentworth Miller hace lo que puede como Chris Redfield, otro personaje de los juegos totalmente desperdiciado en la película. Sienna Guillory regresa como Jill Valentine, pero su rol es tan insignificante, que mejor se hubiese ahorrado el esfuerzo.
Con la primera película, Anderson parecía estar esforzándose. Para la cuarta entrega, parece que ha escrito y dirigido todo en piloto automático, como si lo hubiesen obligado con una pistola en la cabeza. Los personajes no tienen carisma, la acción carece de tensión y emoción, ninguna escena de miedo —por lo que no vale la pena clasificar a La Resurrección como cinta de terror—, y los efectos visuales parecen haber sido hechos por un par de practicantes en el garaje de Anderson. El guion es flojísimo —la trama avanza de la manera más lineal posible, y cada obstáculo al que los personajes principales se enfrentan es superado muy fácilmente. No hay humor, no emotividad, no hay miedo, no hay NADA. Los zombies hubiese podido protagonizar esta película, y no hubiese hecho ninguna diferencia.
Existen blockbusters mediocres, decepcionantes, y de ahí existen películas como Resident Evil: La Resurrección, filmes que le bajan el coeficiente intelectual a su público disfrazándose de “entretenimiento ligero”. Esta película no es ni para fans de los juegos —ya casi ni se parece en nada a su fuente de inspiración—, ni para el público promedio —es aburrida y sosa— ni para los críticos —creo que ya expliqué a detalle porqué. De hecho, no es para NADIE, así que si no la llegaron a ver en el cine —¡qué suerte!—, pues lo mejor que pueden hacer es evitar Resident Evil: La Resurrección como si estuviera infectada con el Virus-T.