Admito jamás haber probado alguno de los juegos de Wing Commander para PC, por lo que en esta ocasión, no seré capaz de comparar la adaptación cinematográfica con su fuente de inspiración. Lo que sí puedo hacer, más bien, es considerar esta película bajo sus propios méritos, y en ese sentido, no hay mucho qué pueda decir sobre Wing Commander como producto audiovisual diseñado para entretener a las masas, que sea positivo.
Lo cual es una pena, ya que, en teoría, no debería existir nadie mejor para dirigir un filme basado en un videojuego, que su mismísimo creador. Eso fue lo que pasó con Wing Commander; el creador de los juegos, Chris Roberts, fue quien se encargó de traer su propia historia a la pantalla grande, pero lamentablemente falló en el intento. Podría argumentarse que se debió a lo poco fiel que resultó ser la cinta a su fuente de inspiración, o al reparto mal elegido; el caso es que se trata de una de las adaptaciones más cursis de un videojuego al cine, y para colmo de males, uno de los mayores fracasos en la taquilla que se hayan visto.
No obstante, uno no debería sorprenderse por el fracaso de esta cinta. A pesar de lo que muchos podrían creer, varios miembros del público disfrutan de la originalidad en sus películas, quizás no en lo que se refiere a títulos (por algo las franquicias y las producciones basadas en historias presentadas originalmente en otros medios, como los cómics, las novelas y, por supuesto, los videojuegos, suelen ser tan taquilleras), pero sí en la ejecución. El problema de Wing Commander es que se siente como una mezcla de Star Wars, Star Trek y miles de películas de guerra, por lo que jamás se siente como una historia coherente. Hasta Avatar era más original.
El contexto en el que se desarrolla la trama no carece de potencial. Estamos en el siglo 27, y la humanidad ha logrado viajar a otros planetas. Sin embargo, una raza llamada Kilrathi está en guerra con nosotros, y no parecen estar cerca de rendirse. Un joven cadete llamado Chris Blair (Freddie Prinze Jr.), quien heredó su talento a la hora de manejar naves de su madre, una Peregrina quien pertenecía a una raza extinta de pioneros espaciales. Junto con su mejor amigo, Todd “Maniac” Marshall (Matthew Lillard) y su superior, Paladin ((Tcheky Karyo), termina en una gran nave llena de soldados listos para el combate. Su comandante (Jurgen Prochnow), sin embargo, discrimina a los Peregrinos, por lo que nuestro protagonista no la pasará bien, pero encontrará una luz al final del túnel en Jeannette “Angel” Deveraux (Saffron Burrows), de quien se enamorará inmediatamente.
No diré mucho más sobre la trama no solo porque no se la quiero arruinar a aquellos que, por alguna razón, planeen ver la película, si no también porque es lo de más previsible. De hecho, si han visto cualquier película sobre tripulaciones de barcos o submarinos en plena guerra, sabrán más o menos cómo se desarrolla la trama, y cómo termina la historia de amor. Es algo así como una historia a la antigua desarrollada en el futuro, similar a lo que haría un James Cameron o un George Lucas con sus blockbusters más vistosos, pero con mucha menos originalidad y efectos especiales infinitamente más baratos.
Porque si hay un aspecto en el que Wing Commander debió destacar, y en el que sin embargo termina decepcionando, es el visual. Las batallas aéreas se ven ridículamente baratas, y los efectos digitales sufren en comparación a lo que el el público de los 90s podía ver en filmes como Jurassic Park, El Día de la Independencia, Titanic o Star Wars: Episodio I – La Amenaza Fantasma. De hecho, creo que Roberts y compañía se tomaron muy en serio la estética de videojuego a la hora de desarrollar este filme —todo efecto se ve tan artificial, tan sintético, que parece más un videojuego que los mismísimos títulos para PC.
Lo cual es curioso, ya que todo lo que fue filmado en sets o locaciones reales tiene un feeling bastante retro, como si Roberts quisiera haber emulado lo que uno podía ver en películas de la Segunda Guerra Mundial… en el espacio. El resultado final es una cinta visualmente contradictoria, anacrónica no en un sentido divertido y visualmente original, como la trilogía clásica de Star Wars, por ejemplo, si no más bien en un sentido avejentado, aburrido.
Hablé líneas arriba sobre el reparto. Ay, el reparto. Freddie Prinze Jr. nunca fue el mejor de los actores Hollywoodenses (de hecho, es mejor como actor de voz; si no me creen, consideren su trabajo en Star Wars Rebels), y aquí demuestra exactamente por qué. Sus reacciones y expresiones faciales son muy limitadas, y su actuación es, aunque no lo crean, más tiesa que la de Hayden Christensen en Star Wars Episodio II – El Ataque de los Clones. Al maníaco Matthew Lillard se le ve muy fuera de lugar en un entorno futurista, y Jurgen Prochnow parece estar preguntándose todo el tiempo exactamente qué diantres hace en esta película. (Pasar de Das Boot a esto…)
La única que se salva es Saffron Burrows, una actriz británica de considerables talentos (recuerdo haberla visto por primera vez en Miss Julie, de Mike Figgis) que hace lo que puede con un rol estereotípico. Es una pena que, a lo largo de los años, haya seguido apareciendo en producciones poco ambiciosas y grotescas (como la cinta de tiburones Deep Blue Sea).
Previsiblemente, el guión de Kevin Droney está lleno de clichés, diálogos involuntariamente graciosos, y relaciones entre personajes que, aunque inicialmente son entabladas con efectividad, van cambiando a lo largo de la historia con una rapidez absolutamente inverosímil. Entiendo que, al ser una aventura espacial con pocas ambiciones, Wing Commander no necesite tener la trama más complicada o el diálogo más poético, pero combinar frases tontas con el cuestionable talento actoral de Prinze Jr. y Lillard definitivamente resultó en un producto final absurdamente mediocre.
Wing Commander no es, necesariamente, la peor película basada en un videojuego que se haya filmado, pero sí la menos alentadora. La trama es de lo más básica, las actuaciones son, en general, mediocres, y el filme ni siquiera es capaz de presentarnos secuencias de acción viscerales o planos visualmente espectaculares. Lo que sí trata de hacer, más bien, es emular la emoción estilo serie B de las películas de Star Wars, o un mundo similar al de la Academia de Star Trek, pero sin la mitad del encanto tan evidente en dichas franquicias.
Puedo perdonar un blockbuster genérico; de esos hay cientos. Pero una película de ciencia ficción, llena de naves y explosiones y efectos especiales, que no logra emocionar, causar tensión o hacer que uno se relacione con sus personajes… eso sí es imperdonable.