No necesité talento con el balón para ser el mejor futbolista del mundo. Sólo necesité una consola de videojuegos, un disco de PES y robarle algo de tiempo al tiempo.
Como el amante de las cosas buenas de la vida que siempre ha sido, mi padre una vez me dijo: “De nada valió vivir si antes de morir no has manejado un Ferrari”. Un auto que, mínimo, cuesta US$250,000. ¡Demonios! Para mi padre y el resto de simples mortales, subirse a uno de estos bólidos es un sueño inalcanzable. Allá ellos; yo, como fiel seguidor de las palabras de mi progenitor, tengo mi propia lista de fantasías pendientes. Pero la diferencia es que –como decía PPK en la pasada campaña electoral– “yo sí sé cómo hacerlo”.
De las cosas que anhelo hacer antes de partir al más allá, la que pinta como una auténtica misión imposible es jugar para los más importantes equipos de fútbol de Europa, ser convocado para la selección y, llevando la cinta de capitán, convertirme en el artífice de la clasificación de Perú al Mundial. Como dije, una auténtica misión imposible. O al menos eso pensaba hasta que, aburrido de jugar un partido tras otro en PES, descubrí en este mismo título un modo llamado Football Life. La elegí sin esperar mucho, pero lo que encontré revivió mis ganas de darle a la pelota con el mando. Se trataba de jugar más partidos, sí, pero ya no manejando a todo un equipo, sino a un solo jugador. Uno solo. “La oportunidad perfecta para ser egoísta con el balón: correr con él sin darle pase a nadie y anotar todos los goles”, pensé. Pero antes de entrar a la cancha, había que darle vida al futuro crack.
Football Life permite crear al jugador en todos sus aspectos, desde su apariencia física hasta las habilidades que muestra a la hora que el árbitro hace sonar el silbato. En lo primero traté de imitar a Dios, es decir, asegurarme que mi creación esté hecha a mi imagen y semejanza. Hay comandos para modificar todos los rasgos del cuerpo, incluidos los de la cara, como la forma de los ojos, la nariz o la boca. Los más entusiastas tienen la posibilidad de tomarse una foto con una webcam y colocar la imagen en el rostro de su jugador, como si se tratara de un trasplante de piel. Pero aun con todo ello, no tuve la capacidad de hacer una réplica exacta de mí. Al momento de otorgarle habilidades al jugador, debo confesar que fui bastante generoso. No contento con que fuese el peruano con mayor destreza en el campo, hice de este futbolista una figura de talla mundial, capaz de ponerse sobre el hombro al club más pusilánime –como la mayoría de los del Torneo Descentralizado– y convertirlo en campeón, incluso si en el camino tiene que pasar por encima de conjuntos de reputada trayectoria. Para ponerlo en simples palabras, hice de mil alter-ego en PES un émulo de Maradona. Puede que yo no iguale a Dios, pero sí a ‘D10S’, al menos cuando cojo un mando.
Por último, le regalé al jugador unos chimpunes de un amarillo muy intenso, para que su presencia en el campo fuese más notoria, y así estuvo listo para su debut. Por su talento, merecía hacer sus pininos en lo más alto, en un equipo que, mínimo, hubiese ganado la UEFA Champions League, el Mundial de Clubes, la Supercopa de Europa. Sin embargo tuve el más humilde de los nacimientos: me acogió un club francés de poca monta y cuyo nombre ni siquiera recuerdo.
Pero aún más oscurecido se vio el debut de mi personaje y todo fue por mi culpa. Todo su talento, con el cual hubiese podido mover la pelota como si fuera una extensión de sus piernas, se desperdiciaba en mis temblorosas manos. A pesar de que era consciente de que nada de esto no era real, y que cualquier error podía ser subsanado presionando restart, me sobrevenía el nerviosismo y perdía el control del jugador fácilmente. Me complicaba mucho para hacer un simple regate. Tanto le hacía mover las piernas al jugador para que el rival, con solo “meter cabe”, le arrebatase el balón. Y así pasó durante todo el primer tiempo de ese funesto partido inicial. “En el segundo me cobraré la revancha”, pensaba, pero el jugador no volvió a salir al campo: por su mal desempeño, la IA, cual DT, había decidido no contar más con él en lo que restaba del tiempo. ¡A la banca! Así, despreciado y todo, el mejor crack del mundo había nacido.
Me fui soltando a medida que jugaba más partidos. Comenzó a aparecer el jogo bonito y con él, los goles. No había encuentro en que el jugador no se hiciese presente en el marcador, y con más de un hat-trick de por medio. Y así se le hizo justicia: habiendo advertido sus aptitudes, los clubes más importantes del Viejo Continente lo comenzaron a fichar. Primero fue el Ajax de Holanda, luego el Inter de Milán; y cuando ya había ganado todos los trofeos con ambos –incluso el mismísimo Balón de Oro–, pasó al Manchester United y, posteriormente, al Real Madrid. En este último por cierto, el jugador usa la camiseta número 9, la misma que vistió Ronaldo, el ‘Fenómeno’.
En la selección peruana, sin embargo, es el 10. En su primer partido con la ‘blanquirroja’ entró a la cancha faltando 10 minutos para el final, tiempo suficiente para que anotase el gol de la victoria ante un rival tan temible como Alemania. Ya para entonces era una estrella fulgurante, pero su brillo se encendió hasta acaparar todo el firmamento en la Copa América. Ganó para el Perú el oro; y para sí, los títulos de mejor jugador y máximo goleador. ‘Paolín-lin-lin’ quedó chico a su lado. Y cuando hubo que pelear las Eliminatorias, el jugador solo obsequió victorias, excepto en una ocasión ante Brasil en que, a pesar de la diferencia de niveles entre ambos conjuntos, logró rescatar un valiosísimo empate por 4 a 4. Tres de los anotados por el combinado patrio tuvieron su sello particular.
En PES soy un futbolista profesional, soy el mejor del mundo, soy algo próximo a un dios. Supongo que, en parte, de eso trata los videojuegos: de sentirte todopoderoso, de saberte el centro del universo, de regir la vida de otros. Porque cuando uno juega solo, los rivales existen únicamente mientras la consola está encendida. Viven por y para nosotros. Tuve el sueño de ser un crack y lo conseguí.