Sí, sí, una película más de In The Name of the King; ¿pueden creerlo? Por alguna razón, Uwe Boll creyó era que una buena idea hacer una TRILOGÍA de estas películas, a pesar de que las dos primeras… no las vio casi nadie, siendo justos. Pero aquí estamos, con la tercera entrega de la franquicia, que lleva el subtítulo de The Last Mission (La Última Misión… ¡felizmente!). La vaya no había sido puesta my alta por las dos cintas anteriores, pero aunque no lo crean, esta última producción ni siquiera pudo llegar a esos estándares. Qué bien que es la última de estas películas que tengo que ver…
Por alguna razón, y a pesar de llevar los mismos nombres y de pertenecer a una misma saga, supuestamente, ninguna de estas películas comparte protagonistas ni tramas. La primera película fue protagonizada por Jason Staham —hasta ahora no entiendo por qué aceptó trabajar con Boll—, la segunda por Dolph Lundgren y esta última por… Dominic Purcell. No quiero ni atreverme a preguntar por qué, pero eso fue lo que Boll decidió. Nada de lo que sucede en este filme tiene que ver con lo que vimos en los dos anteriores, así que si por alguna razón (¿masoquismo?) deciden ver The Last Mission, al menos sepan que no tienen que ver las otras dos para poder entenderla.
La cinta comienza con Haven Keine (Purcell), un asesino a sueldo, matando a medio mundo dentro de un hotel en Bulgaria, para finalmente quitarle la vida a su objetivo principal. Luego de tanta carnicería, se va de dicho lugar y se junta con Ayavlo (Marian Valev), el hombre que lo contrató, para que le paguen. A pesar de que supuestamente su último trabajo era el último, a Haven le ofrecen dos millones de dólares para secuestrar a dos niñas pertenecientes a una realeza Europea… y dice que sí. ¡Nuestro héroe, señoras y señores!
Nada tiene sentido
Haven eventualmente secuestra a las “chibolas” y las encierra en un contenedor de barco. Le roba un amuleto supuestamente mágico a una de ellas, y al ponerlo encima de su tatuaje —ambos tienen formas similares— abre un portal que lo lleva a la era medieval. Ahí conoce a las hermanas Arabella (Ralitsa Paskaleva), y Emeline (Daria Simeonova), quienes le explican que es el “Elegido” (ugh) que debe matar al Rey Malvado. Qué original.
Aparentemente todas estas películas se tratan de lo mismo a pesar de presentar distintos protagonistas; se nota a leguas que ni Boll ni el resto del equipo se esfuerzan mucho en hacer algo particularmente interesante o complejo. De hecho, de las tres películas de In the Name of the King, esta tiene el guion más flojo; lleno de inconsistencias, incoherencias, personajes que aparecen y desaparecen por razones que jamás llegaré a entender, y toda un desarrollo temático sobre el destino y sobre ser el elegido que ya era un cliché diez años antes de que el filme se estrenase.
Boll y compañía no tienen ningún tipo de interés en desarrollar una historia que tenga sentido. Nunca nos enteramos por qué el Rey Malvado puede controlar dragones; nunca nos enteramos por que Haven es tan bueno peleando con una espada (¿no podían incluir una secuencia de entrenamiento, al menos?) y tampoco nos enteramos por qué el mismo actor interpreta al Rey y a Ayaylo. ¿Se supone que son descendientes? ¿Eso quiere decir que las dos niñas del principio representan a las dos hermanas que encuentran a Haven en su viaje? Nada de esto es esclarecido, probablemente porque Boll no sabe cómo explicarlo (o de repente porque no está interesado en hacerlo).
Ya para qué….
Las relaciones entre personajes son igual de deficientes que el desarrollo de los mismos, aunque al menos el pseudo romance entre Haven y Arabella está mejor desarrollado que la historia de amor de la película anterior. Los villanos —incluyendo al Rey, por supuesto, lo cual hace del título de la película COMPLETAMENTE ABSURDO— son planos y caricaturescos, y la mayoría de personajes secundarios —incluyendo a Emeline— han sido incluidos únicamente como relleno, como para que el producto final no sea demasiado corto y pueda ser considerado con un largometraje. La mayoría de filmes de Boll son incompetentes, inaguantables, pero pocos se sienten tan innecesarios como In The Name of the King 3: The Last Mission.
Visualmente, The Last Mission es la peor de las tres películas, y eso ya es decir bastante. Las locaciones en Bulgaria no lucen del todo mal, pero la dirección de fotografía es oscura y nebulosa, y los efectos visuales son tan mediocres como lo esperado. Los dragones en particular no podrían lucir más falsos; supongo que no tenía caso esperar a que se vieran mejor que el dragon de la segunda cinta. Nuevamente, Boll; si no tienes el presupuesto para diseñar y animar a un dragón digital convincente… ¡simplemente no lo incluyas en tu película!
In The Name of the King: The Last Mission es la perfecta representación de esta franquicia: tediosa, ridícula, técnicamente deficiente e innecesaria. Dominic Purcell no pasa vergüenza —es el único actor Hollywoodense en aparecer en el filme; el resto son artistas búlgaros— y una que otra secuencia de acción funciona, pero fuera de eso, la película realmente nunca encuentra la manera de justificar su propia existencia. The Last Mission se estrenó hace más de tres años, y desde aquella época, no se ha dicho más sobre la franquicia; ojalá las cosas se queden así.